En el mejor de los casos, la vida es una incorporación paulatina de sensibilidades, de empatías, más que de conocimientos. Cada año haríamos bien en sumar un nuevo interfaz hacia seres vivos u objetos inanimados con los que hasta ese momento no hayamos tenido comunicación, a los que no hayamos comprendido hasta entonces. De esa forma, al resto de diálogos que ya mantenemos podemos añadir otro con las piedras o con cualquier animal extraño cuyo código nos haya resultado siempre un enigma.
En Al faro, Virginia Woolf describe a un personaje destacando su comprensión hacia lo humilde, diciendo que había una rara luz en su corazón.